" La primera verbena que Dios envía es la de San Antonio de la Florida" ( refranero de Madrid)
Escucha peludo, que te voy a contar mis avatares con un santo canonizado, con el que mantengo un contencioso que, de tan largo en el tiempo, creo que se nos está olvidando a ambos.
Seguro que no sabes que el día 13 de junio en el santoral se celebra el día de San Antonio, que es el mismo que el de Padua, sólo que para los madrileños es el de la Florida.
Te ahorraré detalles de la historia de su ermita y sus fabulosas pinturas de Francisco de Goya, porque lo que quiero contarte es el por qué estoy tan enfadada con él aunque de ello sólo me acuerde los señalados 13 de junio.
Verás, Una de las tradiciones madrileñas más castizas está relacionada con las Fiestas de San Antonio de la Florida: la de las “modistillas” y sus alfileres.
Las populares 'modistillas' de finales del siglo XIX y principios del XX, ataviadas con sus castizos vestidos de alegres colores y sus claveles en el pelo sujetos por los blancos pañuelos, no van a ser las protagonistas de esta historia, si no que lo somos mi amiga Lola y yo.
Según la tradición madrileña, el día de San Antonio de la Florida -13 de junio-, las mozas casaderas deben echar a la pila bautismal colocada en el exterior de la ermita 13 alfileres, para después introducir la mano en la misma y, aquí viene lo bueno, igual al número de alfileres como se queden prendidos a la palma de la mano tantos novios o pretendientes tendrán ese año. Por supuesto que la esperanza real es la de encontrar marido.
Pues aquí entro yo. En cuestiones de amoríos, la verdad, San Antonio nunca me ha tratado bien. Tras romper con mi primer novio al que recuerdo con verdadero cariño pero acertamos al separarnos, comenzó por mi vida el desfile de una cohorte nutrida de psicopatillas, incomprendidos, empalagosos y descerebrados con la que este santo me bendijo durante varios años que a mi me parecieron siglos. Los 13 de junio mi familia tenía la costumbre de visitar al santo y comprar sus panecillos , por eso me caía bien, y, yo, sorprendiendo al personal, muy devotamente le imploraba que intercediera para que se cruzase en mi camino ese hombre soñado, aunque debo reconocer que en cada celebración del santo iba rebajando mi ambición primigenia hasta dejar mi hombre soñado en ni alto ni bajo, ni tonto ni listo, ni rico ni pobre; con que fuera normalito me bastaba, y creo que no era tanto pedir.
En fin, San Antonio no se dio por enterado y una tarde, aprovechando que mi madre lo utiliza ofreciéndole un dinero para encontrar las cosas que pierde y ella tenía que saldar su abultada deuda con él, la acompañe a la ermita, y le dije ( al santo) las cuatro cosas que temí no se enterase si no se las decía en directo, allí, en su morada bendita y bien resguardadito en su hornacina.
Debes saber que muy a gustito me quedé pero el ramillete de “nardos- varones” que siguieron a mi monólogo con él, unida a mis remordimientos por mi formación judeo-cristiana, me hizo reconsiderar mi postura y en la verbena siguiente me llevé una amiga: preciosa ella, monísima yo; las dos simpáticas y alegres a rebosar; en edad más que casadera ambas.
Dentro de la ermita, porque yo hago las cosas frente a frente, como mejor supe y a mi forma, le pedí disculpas al santito por la bronca que tan dignamente le había soltado tiempo atrás, pero no sin que antes escuchara mis desvaríos probatorios sobre las poderosas razones que me obligaron a tal desmán. En fin, que hice las paces con él, o al menos, eso creía yo. Tras la ceremonia, fuera de la ermita, nos encaminamos mi amiga Lola y yo a la famosa Pila, en donde, bajo un sol de justicia, esperamos nuestro turno cargadas ambas con 13 alfileritos y sin llevar ningún imán escondido, que eso es importante que se sepa.
Delante nuestra, una señora que debía rondar los 80 y que vestía de riguroso luto, saltaba de alegría porque tres, nada menos que tres alfileres se habían prendido en la palma de su mano, y jubilosa lo mostraba a quien quería verlo. Estábamos justo detrás, y no sólo nos enteramos sino que también fuimos testigos de su suerte. Lola y yo nos miramos atónitas, pero claro, no creíamos que para ella fueran los mozos que a nosotras nos habían de corresponder aunque sólo fuera por la diferencia de edad. Pero, me dio un rollito extraño y levanté la mirada al cielo imaginando la carita dulce de San Antonio mientras por mis adentros le advertí de las consecuencias que se le avecinaban si a mi no se me prendían en mi linda mano al menos seis alfileres, pues la vanidad de la juventud te hace intentar doblar los logros ajenos.
Pila de alfileres: cedí el turno a mi amiga Lola, tan necesitada ella de alegrías en ese terreno como yo , y para mi sorpresa no se le prendió ninguno. Se lo tomó a risa y nos reímos juntas. Y entonces llegó mi vez, que era mucho más que eso para mí, era mi congratulación total con el único santo que recuerdo que en mi casa se apreciaba, y el que tanto me debía, porque, al fin y al cabo, en las cosas del querer, entre el corazón de una abogada y el de una modistilla, no hay diferencia alguna y menos para los ojos de un santo.
Respiré hondo, no miré, introduje la mano y mi grito fue tan sonoro como el pinchazo que me llevé. No sólo no se me prendió un solo alfiler, sino que, además, resulté herida y la sangre roja, y cada vez más anticlerical, corría por la palma de mi mano, mientras, recomponiendo las formas, miré a mi amiga, y luego alcé la vista al cielo, en donde me imaginaba a San Antonio con su carita de santo satisfecho con mi suerte recibida. Hasta aquí hemos llegado tú y yo, pensé y dije, porque lo dije en alto, y mi amiga Lola que desconocía mi trayectoria con San Antonio se moría de la risa cuando la puse al corriente de mi historia. ¡ Esto son tonterías para divertirnos, guapa, ni que necesitáramos la ayuda del santo!. Así que, ambas dos, cogiditas del brazo, nos fuimos a tomar un chocolate con churros a pesar de los más de 30 grados.
Desde entonces, no he hecho las paces con el santo, porque mira que se lo puse fácil: un hombre normal, simplemente normal, aunque pensándolo bien, eso, si se reflexiona, fácil, lo que se dice fácil, no es. ¡Pero para eso es santo.!
En fin, quiero seguir creyendo que lo que me dijo mi amiga de que no necesitábamos al santo, pero el caso es que Lola está soltera y yo también, aunque eso sí, y que se entere San Antonio, tengo perrito que me ladre, que eres tú, y desde luego, mi tiempo no lo estoy dedicando, de momento, a vestir santos como dicen en esta tierra a las que no hemos pasado por la vicaría.
Bolita , ládrame, ládrame, ládrame porque si no, si quieres pelotita en el parque, te la tendrás que llevar y tirar tu mismo. ¡ Oye, ven, vuelve aquí, ládrame peludo desagradecido!