Querida amiga:
Como bien sabes deseo que al recibo de la presente te esté sonriendo la vida pues si hay algo que no has conseguido es generar odio en la mía. ¿Rabia? Esa sí, pero como el dolor se pasa, se esfuma con el fluir del tiempo y cuando el alma se coloca en la distancia, se ven con claridad aquellos pequeños, pero tan significativos, detalles de egoísmo extremos, que sin mi absoluta ceguera en tu lealtad , su visión me habría ahorrado el dolor por tu abandono en el momento en la que la vida me declaró la guerra a tres bandos, y, ambas sabemos, que tu presencia a mi lado hubiera supuesto la victoria de la amistad y la derrota del vileza, pero, cuando me “degradaron del cargo”, como tantos otros, te alejaste no fuera que te contagiara el virus de la hostilidad que a mí me inyectaron sin reparos.
Amiga ¿ sabes?, transcurrido este letargo de silencios que desde ahora le pongo el sello eterno, recuerdo tantos momentos de lucha vividos a los que sobrevivimos por la unión y el humor que sembrábamos entre tanto desconcierto. Y esa fue la clave para resistir en ese mundo de caos, trepas y politicastros de tres al cuarto que sólo, cuando entregaste la llave de nuestro bunker a un extraño, cegada por un enamoramiento más de tantos que embargaban tu monotonía, nos explotó entre las manos lanzándonos al vacío de la intriga.
Amiga, eso es un decir, claro. Tras esa traición susurrada en cada resquicio de por aquel entonces común lugar de trabajo, me justificabas tu conducta por el dolor en que te sumió la separación de tu marido adorado que se lanzó a los brazos de una ternura que tú ignorabas que requería, porque, al fin y al cabo, eras tú la dueña de su anillo de casado. Y, claro, tanto dolor te condujo a seguir cada paso del jefecillo apostado en su nuevo estrado, ese que me odió desde el primer día por su miedo a que mi gracia, mi alegría y mi experiencia le arrebataran el puesto conseguido por su amistad con ese político algo niñato que lo sacó de la Mancha y lo aupó a un cielo tan falso que aún le hace caminar de puntillas.
¡ Ay amiga! He necesitado vivir tu traición para comprender la estrechez de tu corazón y tu sonrisa postiza. Y bien sabes que aceptar ese baño de felonía me ha costado la friolera de casi seiscientos días porque, claro, una amiga no se esconde cuando las dagas se lanzan contra una persona amiga, en este caso yo, pero menos aún, entiendo, se aferra a las manos que empuñan el arma homicida. Y eso que presumías que yo era tu mejor amiga. Pero, a eso, en mi tierra, se le llama cobardía. Y si esa fuera la explicación de tu conducta, hasta lo podría comprender porque, al fin y al cabo, ser amigo de quien cae puede acarrear hostilidades y mira, todos somos humanos; pero no, no es ese el caso de tu vileza, amiga. Eso es lo que más me dolió, aceptar que fue tu pobreza de afecto la que te hizo subirte al tren de la villanía.
Mira, como al principio te decía, nunca te odié aunque sí te añoré, pero tras el encuentro en la casa de nuestra común amiga, comprobé con dolor que la indiferencia por ti era lo único que sentía, y a pesar de los intentos de las tres de regresar en el tiempo y resucitar “el difunto” de nuestro intenso pasado, por mi parte comprobé, que lo tuyo, tu exmarido, tus vivencias y tu suerte, me son absolutamente indiferentes.
Pues lo dicho, amiga mía. Te deseo lo mejor, ya sabes, suerte en la vida, y que tras el 20N con tantos cambios que se avecinan, aquellos por los que me abandonaste, tengan la elegancia, de ofrecerte su regazo en el Estado con un puesto que compense tanta pesadilla, niña.
Quiera Dios que allí descansen para que descansemos lo que, sin ser “hijos de”, ni amiguitos, ni simpatizantes y sin lucir un carné, trabajamos día a día, desde un puesto conseguido sin vender el alma al diablo ni pisotear el alma vecina.
Esto quería contarte, como punto final a esa amistad baldía.
Toda la suerte en la vida, Amiga.
PD/ Se me olvidaba decirte, que aunque perdí todas las batallas, gané la guerra a la vida.
Sherezade