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13 febrero 2011

LA CASA DORADA



(II)

La tormenta de la noche se tornó en aire limpio y el salitre se instaló en la brisa fresca de la mañana.

A través de los cristales contemplé el mar de mi infancia, el mismo mar que, veinte años antes, acariciaba mi cuerpo mientras le susurraba mis sueños. El mismo mar que se vistió de arrogancia y secuestró mis secretos arrastrándolos a su fondo celoso de mi futuro.

A la luz de la mañana observé detenidamente mi habitación, pulcra y cuidada, como si los años transcurridos sólo hubiesen sido un sueño, como si nunca me hubiese ausentado, como si el olvido forzoso de mi niñez al que me sometí  cuando me fui, en ella se hubiese instalado.

Bajé  cada peldaño saboreando los aromas de la casa. Percibí con nitidez el olor dulzón del tabaco de pipa de mi padre que leía en el salón mientras sonaba la sinfonía del “Nuevo Mundo” de Dvorak. Me alimenté del aroma de las rosas cortadas al amanecer y alojadas en el jarrón de alabastro. Me espabilé con el aroma del café recién molido y hervido que impregnaba la cocina. Casi me embriagué con el olor del perfume de jazmines con el que se acicalaba mi madre.

Ya en el rellano, sentí el calor de las llamas del hogar que acallaron mis recelos y, con la cabeza alta y el corazón desatado, abrí despacio la puerta de la cocina, en la que mi madre, sentada en su mecedora, esperaba mi llegada, ofreciendo el desayuno como si nunca me hubiera ausentado. Su mirada dulce y limpia en unos ojos marcados y una sonrisa entregada, reforzó mi decisión del regreso al hogar abandonado.

No hubo palabras, sólo cálidas miradas que respetaban mi silencio y , agradecí con un beso en la mejilla el calor de su presencia cuando se apoyó en la ventana respirando la mañana, aunque fingió no sentirlo, sin darle ninguna importancia, como si todos los días la besara, pero pude percibir su estremecimiento al tensar todos su cuerpo.

Abandoné la estancia y me dirigí al salón en donde mi padre permanecía leyendo. No levantó la mirada  para mirarme siquiera, nada indicaba que mi presencia le conmoviera ni le importara. Para él, hacia tiempo, mucho tiempo, que yo había muerto.


 !Papá- susurré despacio- Papá….he vuelto.!  Levantó la vista de su libro  y consultó su reloj. Para mi sorpresa me miró , abandonó la lectura y se levantó ayudado por un bastón que lo envejeció a mis ojos, dirigiéndose  a mi encuentro. Cuando estaba a dos  pasos comprendí que no era a mí a quien buscaba pues  obviando mi presencia salió de la estancia para adentrarse en la cocina.




Si en la noche anterior me pude cobijar en el regazo materno, la mañana me había entregado la indiferencia del único hombre al que en verdad había adorado, el que me contaba los cuentos, el que mesaba mi pelo  mientras me confesaba que yo era su niña querida, el más valioso tesoro que la vida le había regalado.

Sobre el aparador un  marco encerraba mi imagen de niña abrazada a su cuello mientras le daba un beso y entonces me percaté de que en la imagen nos acompañaba otra niña, de pelo negro que se aferraba a su mano y pretendía acaparar su cuerpo. En la pared, colgaba el retrato que madre me hizo acariciando a Nelson, el  terrier que me regalaron cuando cumplí ocho años.

Observaba los detalles de la estancia reconociendo cada uno de los adornos, saboreando el momento, cuando oí el ruido del portalón y corrí hasta el rellano. Abrí la puerta cerrada y vi a mis padres que caminaban por el sendero.  Extrañada de su marcha sin aviso les llamé pero el sonido de las hojas mecidas por el viento impidieron que me oyeran.  Al fondo, confundido con el horizonte, el mar azul iluminaba el cielo y la brisa me transmitía su mensaje de llamamiento, por lo que recorrí el atajo que acababa en la Cueva Dorada, bajo el acantilado, aquella en la que imaginaba de niña que era mi casa por los tesoros que en ella escondieron los piratas tras robarlos de los barcos naufragados por su mano.

Sintiendo la brisa dulce, decidí entrar en ella y refugiarme del viento para recordar mis sueños, más la marea estaba crecida y no podía  alcanzarla pues las olas encrespadas tapaban el agujero secreto que era su única entrada.

Oí gemidos arriba y salí de mis pensamientos, estirando mi figura para observar el duelo de dos ancianos,  quienes, afligidos y abrazados, me entregaban un ramo de rosas blancas y lirios azulados, con el mensaje escrito en una cinta de seda blanca en el que con bellas letras doradas se había escrito con esmero: “ Hija, descansa en tu casa dorada, en la que quedó atrapada nuestro tesoro más bello; nunca te hemos olvidado  y nunca te olvidaremos.”

Atónita con la escena y  con las flores apretadas con mi pecho, distinguí con claridad las dos figuras: mi padre con su bastón y mi madre encogida entre sus brazos temblorosos y los ojos de los dos, anegados en un llanto de silencio.

¿Acaso era yo el tesoro escondido en la Cueva Dorada?  Mientras esto meditaba una ola me alcanzó y me arrastró hasta la cueva en la que contemplé veinte ramos de rosas blancas y lirios azulados y entonces supe que ellos, eran  mi tesoro más preciado.


Sherezade


05 febrero 2011

LA CASA DORADA



(I)

Recorrí el camino empedrado que conducía a la casa. Toqué la aldaba de hierro que  adornaba el portalón.  Sentí que el tiempo se detenía mientras mi corazón brincaba sin consuelo. Tras lo que me pareció un siglo alguien acudió a la llamada y me abrió la puerta de mi antigua casa. Una mujer menuda y delgada en la que el tiempo no había logrado deshacer su belleza me miró de arriba abajo y de abajo arriba sin poder creer lo que sus ojos estaban viendo.

Para entonces, yo tampoco veía. Mi mirada era un torrente de lágrimas por demasiado tiempo contenidas que habían logrado, por fin, romper el dique que las bloqueaba.

Ambas permanecimos quietas, calladas, mirando en la otra la imagen transvertida del tiempo, sufriendo la desobediencia de las órdenes de movimiento que transmitíamos a nuestro cerebro y paralizaba nuestros brazos,  nuestras piernas, nuestra lengua.

No surgían las palabras porque sobraban ante la intensidad de la mirada. No nos abrazamos por miedo a perder el momento de ese encuentro.

Desconozco el tiempo que así estuvimos ambas, luchando entre la alegría y el miedo del reencuentro. Más su mano cálida tiró de la mía inerte y me devolvió con su sonrisa al calor del hogar que abandoné  años atrás.

Sin cruzar palabra alguna y sin dejar de mirarme fascinada tomó asiento en su mecedora de caoba, la misma en la que me arrullaba cuando era niña en las noches de tormenta para ahuyentar mi miedo. La misma mecedora en la que permaneció inmóvil cuando tiempo atrás cerré la puerta con un adiós prepotente y descarnado que sé que rompió su corazón.

Sin cruzar palabra alguna y sin dejar de mirarla fascinada me arrodillé ante su cuerpo y cobijé mi cabeza en su regazo, mientra le susurraba en silencio: ¡Madre, aunque soy mayor, tengo miedo; arrúllame de nuevo mientras besas mi cabeza y me cantas una nana para que pueda regresar la niña que se llevó el tiempo, la misma que tu peinabas con sus trenzas doradas y soñaba con la realidad de sus sueños. Mamá, juguemos a que la vida es un camino de rosas por siempre perfumadas que cuando lo recorra, al final, siempre me esperarás en tu mecedora para curar mis heridas  y la sangre que derraman, y sonreír mis sonrisas y arroparme en la madrugada…juguemos, madre, juguemos a que mis miedos desaparecerán con la luz de la mañana…..!

Sherezade

02 febrero 2011

LA MUERTE LENTA...





Escúchame Bolita; escucha quietecito y muy atento este poema de la escritora brasileña Martha Medeiros que te voy a leer despacio y que refleja tanto saber. Apréndelo porque  con él he acunado mi Alma cada día de estos tres últimos años; es el canto a la vida que me ha mantenido a flote y me ha hecho resurgir de mis cenizas al haber  creído con toda mi fuerza en su verdad. Aprende cada palabra, cada frase…con ello morir, moriremos, pero viviendo.
Gracias Martha..

Sherezade


LA MUERTE LENTA

Muere lentamente quien no viaja,
quien no lee, quien no escucha música,
quien no halla encanto en si mismo.

Muere lentamente quien destruye su amor propio,
quien no se deja ayudar.

Muere lentamente quien se transforma en esclavo del habito, repitiendo todos los días los mismos senderos,
quien no cambia de rutina,
no se arriesga a vestir un nuevo color
o no conversa con desconocidos.

Muere lentamente quien evita una pasión
Y su remolino de emociones,
Aquellas que rescatan el brillo en los ojos
y los corazones decaídos.

Muere lentamente quien no cambia de vida cuando está insatisfecho con su trabajo o su amor,
Quien no arriesga lo seguro por lo incierto
para ir detrás de un sueño,
quien no se permite al menos una vez en la vida huir de los consejos sensatos…
¡Vive hoy! - ¡Haz hoy!
¡Arriesga hoy!
¡No te dejes morir lentamente!
¡No te olvides de ser feliz!

Marta Medeiros

29 enero 2011

SE COMPRA UNA SONRISA.....


Autor imagen Sergei Ivanovich Gribkov (1820-1893)

Se compra una sonrisa…
Requiere ser nacida de un alma crecida con la Paz  y fecundada por la Alegría,
Amamantada con la savia  de ilusiones bordadas en las noches de verano ,
Vestida con un manto tejido con caricias

Se compra una sonrisa...
 Que corteje mi corazón quebrado y le devuelva la vida que le robó tu beso

Beso…
Que disfrazaste con amor  más resultó estar tejido con la esencia del engaño

Engaño..
Con el que adornas tu mirada para ocultar el niño maltratado
Que intenta vencer con la mentira la maldad que encierra en su pecado

Pecado
De haber nacido en cuna de grandeza y  mecido en las sombras de un cariño
Cercado por la niebla de la  estepa en la que te lanzaron al olvido

Olvido…
Que aún te arrastra por el fango del martirio

Martirio
Que viste a la vez tu nobleza y tu pecado

Más yo..
Recuerdo tu beso  y acaricio el llanto derramado por tu estado
Sabedora de que con la psicosis se nace y que tanto amor soñado por tus labios           
Muere en el instante en el que  descubres que quien te está amando
No es la madre que te negó el cariño
Ni el padre que ocultó  tus descalabros
Ni el hijo que te lanza a la locura
Ni el hermano que rehúye tu contacto
Sino una extraña que te acompaña en tu amargura
Entusiasmada con tus sueños confesados
Anclada en un futuro imaginario
Enloquecida por tu locura y por tu engaño
Ansiosa por negarte cualquier culpa
Deseosa de verte encadenado
Al dolor y el sufrimiento
Que aún siendo ahora pasado
Me desterró a  la penumbra y el tormento
Y dejó mi corazón desalentado

Más hoy
Vencido el dolor y  recuperada la cordura
Me pregunto si mereces mi condena
O por el contrario te beneficias de mi piedad como regalo

Se compra una sonrisa…
Que arrulle mi corazón marcado
Y colme de alegría mi árido pasado

Se compra, no se pide
Que de balde sólo se me ha regalado  engaños

Sherezade

20 enero 2011

YO, ÉL, TU…..



Yo….

En las noches heladas de mi cama
Percibo tu abrazo sosegado
Tu mirada sigilosa en mi mirada
En tanto navego por mi mundo imaginado


Azota el mar bravío mis enredos
El viento expande azaroso mi semilla
Mientras el sol me aleja del  invierno
Y retozo en mi jardín de la alegría


Él…

Gozo en mi sueño el beso desatado
Dibujo las caricias que mis manos le regalan
Disparo mis sentidos  con el roce de su  cuerpo
Estrello mi vida con las luces de su alma

Grito en silencio mi locura enamorada
Perfumo mi cuerpo con la esencia del deseo
Deseando su hombría, sus caricias y sus besos
Más que a tu cuerpo cierto y sembrado de esperanza

Y tú…

Clavas tu mirada en las sombras del  tormento
Porque sabes que me entrego enajenada
Imaginando que tus caricias y tus besos
Los recibo de otras manos, de otra boca, de otro Alma

Finges desconocer mi deslealtad buscada
Depositas un beso en mi mejilla
Me abrazas mientras vuelo con mis alas
Sabedor que al clarear el día
Serás tú , y no él, quien me tendrá en su cama

Yo…

Más si  preguntas  si he visitado su lecho
Si ha besado mis entrañas 
Escucharás
 ¿ como puedo conocer por sueños
El ardor de la dicha y el brío de la calma?

No me preguntes amor
No me descubras desnuda de compasión
Y repleta de añoranas

Sherezade
  

14 enero 2011

YO CONFIESO.....


Escúchame Bolita que te voy a hacer una confesión que no puedes contar a nadie, y eso significa na-di-e. Estoy preparando el pliego de descargos para defenderme de la sanción de órdago que me van a tramitar por la denuncia que hoy me han puesto. Yo reconozco que no está bien, que hay otras formas de hacer determinadas cosas, pero un “ataque de trastorno mental transitorio”, que es lo que voy  alegar porque de mí no se lleva un céntimo más de lo debido el Estado, me ha conducido a actuar así.

Como sabes esta mañana por motivos que no vienen al caso he tenido que acudir a un Centro de Salud. Tras el saludo de buenos días al que nadie ha correspondido me he sentado en esos bancos corridos que cuando tose el de una esquina se mueven todos los asientos y los que lo ocupamos como si todos juntos fuésemos un flan. Como la espera se preveía larga he sacado de mi cartera el boceto de un informe que tenía que ultimar hoy sin falta.

 En esas estaba cuando una tal  Lolita que debe rondar los setenta ha llamado a una tal Juanita que debe tener problemas de oído, eso seguro, porque todo el personal se ha vuelto hacia la primera menos ella. Y claro, el Juanita, Juanita lo ha repetido al menos diez veces hasta que un alma piadosa ha avisado a la susodicha quien girándose  y encantada con el encuentro de su supongo amiga, ha corrido y vociferado hasta fundirse ambas en el consabido abrazo. 

Vuelta al informe pero el llanto de un bebé unido a las carreras de la que luego he sabido que es su hermanita, rubia y oronda, quien ha decidido tomar como pista de esquí el lustroso suelo del Centro, el sonido de los móviles y las vociferantes respuestas a las correspondientes llamadas,  me han impedido concentrarme en mi tarea.  Algo alteradilla ya pues llevaba cuarenta y cinco minutos sumergida en ese maremagnun de sonidos estridentes y amorfos, han llevado mi vista hasta un cartelito en el que una cara muy dulce de una enfermera ruega silencio a los pacientes. Y mis ojos han seguido buscando más carteles descubriendo uno escueto pero contundente que prohíbe fumar.

En esos momentos es cuando me ha dado el ataque de locura que espero me salve de la quema. He mirado a mi alrededor, he valorado los comportamientos desconsiderados de mis convecinos y convecinas, pacientes todos se supone pero con unas cuerdas vocales sanísimas, y cansada de enterarme sin quererlo de las conversaciones y vidas ajenas e impregnada del incivismo imperante, he sacado un cigarrillo y lo he encendido. Te puedes imaginar la que se ha liado , pero, al menos, he conseguido que durante los segundos que ha durado la perplejidad en la que han entrado los allí presentes, y eran unos cuantos, cesaran los sonidos, las voces estridentes, aflautadas y maleducadas, cesando por cesar hasta el llanto de los niños.  Pero ese estado de bienestar ha durado poco, te lo reconozco. Rápidamente se han multiplicado las voces acusadoras de mi acto de locura. Y, entonces, de forma educada pero contundente les he reclamado el silencio al que invita el cartelito, pero nadie me escuchaba, estaba juzgada y condenada . Tal ha sido el alboroto originado que los médicos han salido de las consultas, ha llegado en un pispas la supervisora, el de seguridad, y de milagro no han llegado los bomberos para apagar el cigarrillo. Y lo mejor, la autoridad se ha presentado rauda pero para entonces el cigarrillo se había quemado y las cenizas y colilla , cuerpo del delito,  las tenía bien guardadas en mi bolso, en una cenicero portátil que llevo conmigo porque una es muy cívica y no tira colillas a la vía pública. 

Me han identificado, me han reprochado y me han denunciado a pesar de que ninguno de ellos me ha visto fumar; en realidad nadie lo ha hecho pues sólo he encendido el cigarro a sabiendas de lo que podría ocurrir y se ha cumplido.

Sí, peludo mío, tienes toda la razón, hay otras formas de actuar y tú sabes bien que yo acato las leyes me gusten o no, pero  reclamo mi derecho a que se cumplan las normas básicas de convivencia y los demás me respeten también.

 Bolita, ¿tengo o no tengo razón???? Eh??? ¡Contesta con un guau si es sí, y con cien si es no!

          Sherezade

       

06 enero 2011

EL CORAZÓN HELADO



Alguien dijo que se helaría mi corazón….alguien que conocía el camino negro que la vida me había reservado de ignominias y mentiras. Quizás ese alguien vestido con toga negra y birrete de armonías, desconocía que me escaparía de la oscuridad para entregarme a las luces de la vida.

Y me escapé….Anduve vagando y en súplica constante de un auxilio que nunca llegó a mi encuentro,  esparciendo  amor  por tierras estériles, aferrándome a las manos que casi siempre resultaron ser zarpas ancladas en el  vicio  de la muerte, de la sangre, de la nada.

Bailé los bailes que marcaban las canciones estivales de las cigarras, y rumié gozosa entre los pastos brotados por un sol que sólo me deslumbraba. 

Más mi sombra se enojó conmigo y me abandonó a mitad de una de mis travesías del desierto cuando era ella mi único cobijo del ardor del dios iluminado, y, sin ella, comprendí que el fin del camino había llegado y caí , muerta, en la arena bruñida  y sedienta de aguas mansas. 

Desperté en el fondo del océano, arrullada por mil peces de colores relucientes que custodiaban mi lecho de algas frescas bajo la atenta mirada de una sirena de cabellera dorada quien me contó que en mil años encadenada al olvido de su amado no lograba olvidar sus besos dulces y las caricias sentidas de sus manos rosáceas por lo que estaba condenada, mientras no acatase el olvido, a la pena de ostracismo del resto de las sirenas, otrora adoradas hermanas.

Sentí una punzada de gozo al comprender que el amor perdura más allá de mi nada, más allá de mi sombra, más allá de la cruel estaca de la verdad que lo mata…Y,  enredada entre las hebras de su cabellera dorada fui devuelta a las arenas, pero esta vez, de una playa de arenas blancas, en donde el sol me atraviesa y el mar acaricia mi cuerpo sediento de agua fresca, de besos ciertos, de amor sin estelas de dolor mientras mi risa se confunde con mis sueños embriagados del néctar de una vida esperanzada.

Y cierto es que mi corazón ha estado helado, que los fríos del camino de la vida congelaron su latido y lo encerraron en el pozo de negrura almidonada con absoluta desesperanza, que para derretirlo no han bastado los calores del desierto ni el ardor de mis palabras suplicantes por sacarlos de la nada. Sólo el beso del tiempo ha fundido el hielo que lo envolvió de amargura y sólo el tiempo lo ha regresado al camino transitado de alegría e iluminado de luces de color ámbar que estilizan su figura y enorgullecen mi alma.

Sherezade