(II)
La tormenta de la noche se tornó en aire limpio y el salitre se instaló en la brisa fresca de la mañana.
A través de los cristales contemplé el mar de mi infancia, el mismo mar que, veinte años antes, acariciaba mi cuerpo mientras le susurraba mis sueños. El mismo mar que se vistió de arrogancia y secuestró mis secretos arrastrándolos a su fondo celoso de mi futuro.
A la luz de la mañana observé detenidamente mi habitación, pulcra y cuidada, como si los años transcurridos sólo hubiesen sido un sueño, como si nunca me hubiese ausentado, como si el olvido forzoso de mi niñez al que me sometí cuando me fui, en ella se hubiese instalado.
Bajé cada peldaño saboreando los aromas de la casa. Percibí con nitidez el olor dulzón del tabaco de pipa de mi padre que leía en el salón mientras sonaba la sinfonía del “Nuevo Mundo” de Dvorak. Me alimenté del aroma de las rosas cortadas al amanecer y alojadas en el jarrón de alabastro. Me espabilé con el aroma del café recién molido y hervido que impregnaba la cocina. Casi me embriagué con el olor del perfume de jazmines con el que se acicalaba mi madre.
Ya en el rellano, sentí el calor de las llamas del hogar que acallaron mis recelos y, con la cabeza alta y el corazón desatado, abrí despacio la puerta de la cocina, en la que mi madre, sentada en su mecedora, esperaba mi llegada, ofreciendo el desayuno como si nunca me hubiera ausentado. Su mirada dulce y limpia en unos ojos marcados y una sonrisa entregada, reforzó mi decisión del regreso al hogar abandonado.
No hubo palabras, sólo cálidas miradas que respetaban mi silencio y , agradecí con un beso en la mejilla el calor de su presencia cuando se apoyó en la ventana respirando la mañana, aunque fingió no sentirlo, sin darle ninguna importancia, como si todos los días la besara, pero pude percibir su estremecimiento al tensar todos su cuerpo.
Abandoné la estancia y me dirigí al salón en donde mi padre permanecía leyendo. No levantó la mirada para mirarme siquiera, nada indicaba que mi presencia le conmoviera ni le importara. Para él, hacia tiempo, mucho tiempo, que yo había muerto.
!Papá- susurré despacio- Papá….he vuelto.! Levantó la vista de su libro y consultó su reloj. Para mi sorpresa me miró , abandonó la lectura y se levantó ayudado por un bastón que lo envejeció a mis ojos, dirigiéndose a mi encuentro. Cuando estaba a dos pasos comprendí que no era a mí a quien buscaba pues obviando mi presencia salió de la estancia para adentrarse en la cocina.
Si en la noche anterior me pude cobijar en el regazo materno, la mañana me había entregado la indiferencia del único hombre al que en verdad había adorado, el que me contaba los cuentos, el que mesaba mi pelo mientras me confesaba que yo era su niña querida, el más valioso tesoro que la vida le había regalado.
Sobre el aparador un marco encerraba mi imagen de niña abrazada a su cuello mientras le daba un beso y entonces me percaté de que en la imagen nos acompañaba otra niña, de pelo negro que se aferraba a su mano y pretendía acaparar su cuerpo. En la pared, colgaba el retrato que madre me hizo acariciando a Nelson, el terrier que me regalaron cuando cumplí ocho años.
Observaba los detalles de la estancia reconociendo cada uno de los adornos, saboreando el momento, cuando oí el ruido del portalón y corrí hasta el rellano. Abrí la puerta cerrada y vi a mis padres que caminaban por el sendero. Extrañada de su marcha sin aviso les llamé pero el sonido de las hojas mecidas por el viento impidieron que me oyeran. Al fondo, confundido con el horizonte, el mar azul iluminaba el cielo y la brisa me transmitía su mensaje de llamamiento, por lo que recorrí el atajo que acababa en la Cueva Dorada, bajo el acantilado, aquella en la que imaginaba de niña que era mi casa por los tesoros que en ella escondieron los piratas tras robarlos de los barcos naufragados por su mano.
Sintiendo la brisa dulce, decidí entrar en ella y refugiarme del viento para recordar mis sueños, más la marea estaba crecida y no podía alcanzarla pues las olas encrespadas tapaban el agujero secreto que era su única entrada.
Oí gemidos arriba y salí de mis pensamientos, estirando mi figura para observar el duelo de dos ancianos, quienes, afligidos y abrazados, me entregaban un ramo de rosas blancas y lirios azulados, con el mensaje escrito en una cinta de seda blanca en el que con bellas letras doradas se había escrito con esmero: “ Hija, descansa en tu casa dorada, en la que quedó atrapada nuestro tesoro más bello; nunca te hemos olvidado y nunca te olvidaremos.”
Atónita con la escena y con las flores apretadas con mi pecho, distinguí con claridad las dos figuras: mi padre con su bastón y mi madre encogida entre sus brazos temblorosos y los ojos de los dos, anegados en un llanto de silencio.
¿Acaso era yo el tesoro escondido en la Cueva Dorada? Mientras esto meditaba una ola me alcanzó y me arrastró hasta la cueva en la que contemplé veinte ramos de rosas blancas y lirios azulados y entonces supe que ellos, eran mi tesoro más preciado.
Sherezade
Que relato más hermoso y más rico en sentimientos y palabras.
ResponderEliminarNos deja un halo de misterio y aún así te acompañamos a cada paso por ese transito, la música del mar, allá en el fondo, nos acompaña en este paseo a otros tiempos.
Enhorabuena por el magnifico relato.
Besos
Muy buena descripción de lo enigmático que puede ser: la inmensidad del Universo, el mar y la profundidad de los sentimientos de los padres... Es la antesala en nuestra óptica visual que nos damos cuenta realmente cuando nosotros tenemos hijos... Mientras tanto divagamos y no entedemos esta gran afinidad que es el amor en familia. Bien sea ahora, hace mil años o dentro de dos mil años. Será distinto según las circunstancias, pero el nexo es el mismo.
ResponderEliminarBesiños, Sherezade.
Buen Domingo !!!
Sherezade, que relato tan bien escrito y cuantas emociones encerradas en él. Me ha encantado.
ResponderEliminarBesos
Mi querida Sherezade: Es un precioso relato en el que introduces al lector y le haces partícipe de esas vivencias, de esos sentimientos, de esos paisajes que no pueden de ninguna manera dejarte indiferente.Es una preciosidad.Enhorabuena.
ResponderEliminarBrisas y besos.
Malena
Muy bonito, Sherezade. Emotivo recuerdos a unos padres, esos que tanto nos han dado y que lo merecen todo.
ResponderEliminarA veces, el tesoro está en nosotros y no lo sabemos o no acertamos a verlo. Tú lo has visto, los has sentido. No lo pierdas nunca.
Un beso.
bello me has dejado pendiente en cada linea por sentir por leer mas y mas.. tus bellas letras... amiga hermoso
ResponderEliminarsaludos
linda semana
abraazos
Te has ludido corazón, que buen relato amiga ha sido un placer saborearlo
ResponderEliminarTe dejo muchos besos para tu semana
Sherezade, un relato hermoso y lleno de tu sentir amiga. Un gusto leerte. Besos, cuidate.
ResponderEliminarUn realto estupendo, una linea sobrepasaba eninteres a la anterior. Como te decía. precioso.
ResponderEliminarFeliz día del amor y la amistad..
ResponderEliminarUn Abrazo
Saludos fraternos...
Que tengas un día de la amistad de los mejores..
Excelente relato, Sherezade, bien escrito, directo y con una gran sencillez.
ResponderEliminarUn saludo
Me encanta,........Bss.
ResponderEliminarHas escrito un relato tan hermoso y tan lleno de ternura ,que no he podido dejar de leerlo una y otra vez
ResponderEliminarComo me ha gustado....
Gracias
Besos
Un placer visitarte!
ResponderEliminarRecibe un cálido y enérgico abrazo.
Beatriz
Todo lo que he visto me ha parecido muy hermoso y bello.
ResponderEliminarGracias por seguirme.
Desde ahora yo también lo hago.
Recibe un besazo enorme.
Mis saludos, preciosa Sherezade:
ResponderEliminarEs éste un relato muy hermoso y ciertamente apasionante... me has cautivado, amiga querida, con la belleza y dulzura de tus letras.
Recibe, apreciada Sherezade, mis abrazos más cálidos y mis más tiernos besos.
Un bello relato, y con una preciosa y relajante música de fondo. Me encanta el blog.
ResponderEliminarUn beso.