Queridos amigos:
Más de un año sin dirigirme a
vosotros y más callada que en Misa merecería pedir disculpas, pero hay
circunstancias que te dejan paralizados, además de requerir todo el tiempo para
centrarlo en otras cosas, y como ese ha sido mi caso, prefiero deciros nueva y
simplemente hola.
Hasta Boly, que proclamó a bombo
y platillo su intención de hacerse bloguero colocando en su Blog su foto en tamaño casi real, se ha estado
calladito por mustio, a la espera de los acontecimientos.
Por si no queda claro con el
texto, os digo que tengo a mi mami vivita y coleando, en tratamiento, eso sí,
pero aquí sigue.
Sería una historia muy larga de
contar, pero os la resumo por aquello de la Ley de Vida: es mi madre porque
ella me trajo al mundo, pero…en la práctica, es mi “niña” de 82 añitos,
guapísima, simpatiquísima, manipuladora y malcriada, así tal cual lo escribo.
Cuando se fue mi papi yo asumí el
papel de consentirla, y en ello estamos. Y esta aclaración tiene su sentido. No
creo que, si fuera realmente hija mía , pudiera quererla más de lo que a ella
la quiero.
Y tengo mi mérito porque os aseguro que, si existe un Cielo,
tengo reservado asiento en Platea.
Teclear nuevamente para escribir
mi realidad lo llevo rehuyendo más de una año. Desde ese perverso 14 de junio
que cambió el rumbo de mi vida, que volteó sin piedad los cimientos de mis
emociones para reducirlas a una sola, al miedo a la pérdida de mi madre. El
cáncer, esa plaga que parece ser el precio por vivir, de puntillas, sin avisar,
sin síntomas para sospechar, nos golpeó haciéndose patente a través de una
simple radiografía rutinaria mientras planificábamos las vacaciones de verano.
Verano de 2012 cargado de
angustia negra tras cada prueba en el hospital; el negro de la noche se
confundía con el del día, y todos
mis sentidos agazapados tras un miedo a lo desconocido y maligno, al menos se
centraron en mantener la esperanza en la vida.
Un año ha transcurrido,
suficiente para aprender que esa enfermedad, que en nuestro caso no tiene cura,
puede ser tratada y controlada.
Un año para aprender de tantas
personas de edades diversas que asumen su enfermedad haciendo planes para el
futuro y, con absoluta normalidad,
me lo cuentan en la antesala de la sala de quimio del hospital.
Un año para aprender, que sólo
me pertenece el momento presente y de mí depende él cómo lo quiero sentir.
Un año para aprender, que lo
sensato es poner vida a los días más
que días a la vida.
Un año para aprender, cuántas
personas solidarias y generosas se dedican a los otros para amortiguar el dolor
escondido tras sonrisas siempre
agradecidas.
Un año para aprender, que
existen muchísimas personas que, cortejadas por la enfermedad, sonríen cada momento
de sus días parapetados en la esperanza.
Un año para aprender a valorar
cada segundo que la vida respeta la existencia de mi madre.
Un años para aprender, que por
mucho que me cobije en que no existe peor desgracia que la mía, existen miles
de personas viviendo desamparos más crueles que los míos que ni siquiera me
atrevo a imaginar.
Un año agradeciendo eternamente
la existencia de profesionales de la medicina atentos, generosos y sobretodo,
eficientes, en la sanidad pública de Madrid.
Un año aprendiendo demasiadas lecciones
de los demás, pero todas maravillosas por su intensidad y por enseñarme el
auténtico “canto a la vida” real y sin disfraces que es el que nace desde la
más absoluta adversidad.
Un año para aprender que lo
verdaderamente valioso es etéreo e inalienable y sólo me lo podrán arrebatar si
yo lo consiento.
Un año para aprender a
preguntarme y obligarme a responder cada día, qué es lo que quiero hacer con mi
presente que irremediablemente en su transcurrir se convierte en pasado y sus recuerdos.
Un año para aprender, que somos
tan efímeros, que, cada sacrificio, cada palabra de cariño, cada abrazo, cada
beso a mis seres queridos es el
tesoro del que quiero desprenderme en este momento presente, y no guardarlo
para ocasiones especiales de un futuro soñado pero incierto, porque, entonces,
quizás, con muchas probabilidades, cada sacrificio, cada palabra de cariño, cada
abrazo, cada beso a mis seres
queridos, se derramarán sobre el recuerdo de un ayer imposible de recuperar.
Sherezade