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25 febrero 2011

LA CARTA



La luna aún seguía despierta pero ella caminaba presurosa por la vereda que acababa en el riachuelo. El correr del agua sonaba cercana y los pájaros aún dormitaban en sus lechos. El silencio se rompía con el crujir de las ramas que pisaba por lo que asustada de sus propias pisadas, aceleraba el paso. La aurora sembró de sombras azuladas el cielo oculto por los árboles y los primeros trinos acompañaron  su marcha.

Cuando llegó a la ribera se sentó bajo el sauce protector, testigo de sus secretos más íntimos y quien con sus lánguidas ramas ocultaban su presencia. Allí se sentía segura; era su escondite, desde el que podía ver y sin embargo no podía ser vista. La luz del día iba venciendo a la noche y la yerba se lustraba con el rocío caído. El sonido del agua, el frescor de la mañana y su corazón dolido…Del bolsillo de su falda sacó un sobre arrugado del que extrajo una hoja amarillenta y ensuciada por sus lágrimas. Y, despacio, encadenando los garabatos que se transformaban en palabras, releyó por enésima vez la carta que durante años había estado esperando, esa carta cuya espera convirtió su vida en lucha, en sueños, en esperanza….La carta con la que tanto había soñado y había tejido con sus propias palabras. Por eso, la releía tanto, porque ninguno de esos garabatos coincidía con la carta imaginada.

Miró el agua que corría sin besarla, no viendo más que la cortina de sombras que sus lágrimas creaban; escuchó el trinar de jilgueros, el silencio de su alma, sin poder comprender como fue tan feliz mientras esperaba la carta y, sin embargo ahora, que la tenía en sus manos,  esa felicidad se había transformado en descarnado duelo y pura desesperanza.

Introdujo la cuartilla en el sobre amarillento y lo lanzó al riachuelo y mientras observaba como lo arrastraban las aguas, imaginaba que, una vez lejos de sus manos y de su alma, volvería a ser feliz  de nuevo, simplemente con el sueño de la espera de  llegada de otra carta.

Sherezade

13 febrero 2011

LA CASA DORADA



(II)

La tormenta de la noche se tornó en aire limpio y el salitre se instaló en la brisa fresca de la mañana.

A través de los cristales contemplé el mar de mi infancia, el mismo mar que, veinte años antes, acariciaba mi cuerpo mientras le susurraba mis sueños. El mismo mar que se vistió de arrogancia y secuestró mis secretos arrastrándolos a su fondo celoso de mi futuro.

A la luz de la mañana observé detenidamente mi habitación, pulcra y cuidada, como si los años transcurridos sólo hubiesen sido un sueño, como si nunca me hubiese ausentado, como si el olvido forzoso de mi niñez al que me sometí  cuando me fui, en ella se hubiese instalado.

Bajé  cada peldaño saboreando los aromas de la casa. Percibí con nitidez el olor dulzón del tabaco de pipa de mi padre que leía en el salón mientras sonaba la sinfonía del “Nuevo Mundo” de Dvorak. Me alimenté del aroma de las rosas cortadas al amanecer y alojadas en el jarrón de alabastro. Me espabilé con el aroma del café recién molido y hervido que impregnaba la cocina. Casi me embriagué con el olor del perfume de jazmines con el que se acicalaba mi madre.

Ya en el rellano, sentí el calor de las llamas del hogar que acallaron mis recelos y, con la cabeza alta y el corazón desatado, abrí despacio la puerta de la cocina, en la que mi madre, sentada en su mecedora, esperaba mi llegada, ofreciendo el desayuno como si nunca me hubiera ausentado. Su mirada dulce y limpia en unos ojos marcados y una sonrisa entregada, reforzó mi decisión del regreso al hogar abandonado.

No hubo palabras, sólo cálidas miradas que respetaban mi silencio y , agradecí con un beso en la mejilla el calor de su presencia cuando se apoyó en la ventana respirando la mañana, aunque fingió no sentirlo, sin darle ninguna importancia, como si todos los días la besara, pero pude percibir su estremecimiento al tensar todos su cuerpo.

Abandoné la estancia y me dirigí al salón en donde mi padre permanecía leyendo. No levantó la mirada  para mirarme siquiera, nada indicaba que mi presencia le conmoviera ni le importara. Para él, hacia tiempo, mucho tiempo, que yo había muerto.


 !Papá- susurré despacio- Papá….he vuelto.!  Levantó la vista de su libro  y consultó su reloj. Para mi sorpresa me miró , abandonó la lectura y se levantó ayudado por un bastón que lo envejeció a mis ojos, dirigiéndose  a mi encuentro. Cuando estaba a dos  pasos comprendí que no era a mí a quien buscaba pues  obviando mi presencia salió de la estancia para adentrarse en la cocina.




Si en la noche anterior me pude cobijar en el regazo materno, la mañana me había entregado la indiferencia del único hombre al que en verdad había adorado, el que me contaba los cuentos, el que mesaba mi pelo  mientras me confesaba que yo era su niña querida, el más valioso tesoro que la vida le había regalado.

Sobre el aparador un  marco encerraba mi imagen de niña abrazada a su cuello mientras le daba un beso y entonces me percaté de que en la imagen nos acompañaba otra niña, de pelo negro que se aferraba a su mano y pretendía acaparar su cuerpo. En la pared, colgaba el retrato que madre me hizo acariciando a Nelson, el  terrier que me regalaron cuando cumplí ocho años.

Observaba los detalles de la estancia reconociendo cada uno de los adornos, saboreando el momento, cuando oí el ruido del portalón y corrí hasta el rellano. Abrí la puerta cerrada y vi a mis padres que caminaban por el sendero.  Extrañada de su marcha sin aviso les llamé pero el sonido de las hojas mecidas por el viento impidieron que me oyeran.  Al fondo, confundido con el horizonte, el mar azul iluminaba el cielo y la brisa me transmitía su mensaje de llamamiento, por lo que recorrí el atajo que acababa en la Cueva Dorada, bajo el acantilado, aquella en la que imaginaba de niña que era mi casa por los tesoros que en ella escondieron los piratas tras robarlos de los barcos naufragados por su mano.

Sintiendo la brisa dulce, decidí entrar en ella y refugiarme del viento para recordar mis sueños, más la marea estaba crecida y no podía  alcanzarla pues las olas encrespadas tapaban el agujero secreto que era su única entrada.

Oí gemidos arriba y salí de mis pensamientos, estirando mi figura para observar el duelo de dos ancianos,  quienes, afligidos y abrazados, me entregaban un ramo de rosas blancas y lirios azulados, con el mensaje escrito en una cinta de seda blanca en el que con bellas letras doradas se había escrito con esmero: “ Hija, descansa en tu casa dorada, en la que quedó atrapada nuestro tesoro más bello; nunca te hemos olvidado  y nunca te olvidaremos.”

Atónita con la escena y  con las flores apretadas con mi pecho, distinguí con claridad las dos figuras: mi padre con su bastón y mi madre encogida entre sus brazos temblorosos y los ojos de los dos, anegados en un llanto de silencio.

¿Acaso era yo el tesoro escondido en la Cueva Dorada?  Mientras esto meditaba una ola me alcanzó y me arrastró hasta la cueva en la que contemplé veinte ramos de rosas blancas y lirios azulados y entonces supe que ellos, eran  mi tesoro más preciado.


Sherezade


05 febrero 2011

LA CASA DORADA



(I)

Recorrí el camino empedrado que conducía a la casa. Toqué la aldaba de hierro que  adornaba el portalón.  Sentí que el tiempo se detenía mientras mi corazón brincaba sin consuelo. Tras lo que me pareció un siglo alguien acudió a la llamada y me abrió la puerta de mi antigua casa. Una mujer menuda y delgada en la que el tiempo no había logrado deshacer su belleza me miró de arriba abajo y de abajo arriba sin poder creer lo que sus ojos estaban viendo.

Para entonces, yo tampoco veía. Mi mirada era un torrente de lágrimas por demasiado tiempo contenidas que habían logrado, por fin, romper el dique que las bloqueaba.

Ambas permanecimos quietas, calladas, mirando en la otra la imagen transvertida del tiempo, sufriendo la desobediencia de las órdenes de movimiento que transmitíamos a nuestro cerebro y paralizaba nuestros brazos,  nuestras piernas, nuestra lengua.

No surgían las palabras porque sobraban ante la intensidad de la mirada. No nos abrazamos por miedo a perder el momento de ese encuentro.

Desconozco el tiempo que así estuvimos ambas, luchando entre la alegría y el miedo del reencuentro. Más su mano cálida tiró de la mía inerte y me devolvió con su sonrisa al calor del hogar que abandoné  años atrás.

Sin cruzar palabra alguna y sin dejar de mirarme fascinada tomó asiento en su mecedora de caoba, la misma en la que me arrullaba cuando era niña en las noches de tormenta para ahuyentar mi miedo. La misma mecedora en la que permaneció inmóvil cuando tiempo atrás cerré la puerta con un adiós prepotente y descarnado que sé que rompió su corazón.

Sin cruzar palabra alguna y sin dejar de mirarla fascinada me arrodillé ante su cuerpo y cobijé mi cabeza en su regazo, mientra le susurraba en silencio: ¡Madre, aunque soy mayor, tengo miedo; arrúllame de nuevo mientras besas mi cabeza y me cantas una nana para que pueda regresar la niña que se llevó el tiempo, la misma que tu peinabas con sus trenzas doradas y soñaba con la realidad de sus sueños. Mamá, juguemos a que la vida es un camino de rosas por siempre perfumadas que cuando lo recorra, al final, siempre me esperarás en tu mecedora para curar mis heridas  y la sangre que derraman, y sonreír mis sonrisas y arroparme en la madrugada…juguemos, madre, juguemos a que mis miedos desaparecerán con la luz de la mañana…..!

Sherezade

17 febrero 2010

BENDITO LLANTO




Quisiera dormir….Es tarde para los más, que madrugamos. Es el comienzo de momentos mágicos para los menos, afortunados ellos. Quisiera dormir, aunque el sonido intenso de un llanto no me deja....El llanto continúa, sólo cesa breves momentos, tan breves que no dejan conciliar mi sueño. ! Atención! De nuevo el llanto, pero ahora me percato de que no es el de un niño requiriendo brazos. No. Es el llanto desconsolado y afligido de un adulto. Ya no quiero dormir…el morbo me conduce a interesarme por el llanto. Me estremezco. El llanto, lejos de cesar, aumenta sus gemidos, despierta mis sentidos, ahoga mi cansancio. ¿De quién será? .No identifico nada. ¿Por qué? Mi imaginación vuela hasta posarse en una mujer mediana invadida de soledad. No puede ser, me digo............por eso no surge el llanto. Además, el motivo que imagino me resulta tan cotidiano que lo abandono por aburrido. De nuevo imagino: muy malas noticias para el adulto lloroso porque no es llanto de alegría lo he deducido hace rato. No, es llanto de dolor...Quizás un desamor, quizás.......quizás............no sé........, Continúa el llanto, me acostumbro a él... ¿Para qué imaginar? Quisiera dormir...........pero no me deja el llanto. !Pesado, pesada, cállate ya! imploro . Me da igual tu motivo, cesa, ¡quiero dormir! Pero cada vez oigo más cerca el llanto, más fuerte su sonido, más estrepitosos los gemidos…...reclama ayuda, reclama atención..........!.Que pare el llanto! Lo escucho cerca, ¿por qué tan cerca? me pregunto. No entiendo nada, no lo entiendo, está a mi lado, cada vez más cerca. Ahora quiero dormir, sólo dormir, no sentir el llanto............pero no puedo....!Dios Santo ! El llanto es mío compruebo al palpar las sábanas mojadas por mi propio llanto. Ya no quiero dormir. El llanto ha cesado pero el silencio me arrastra hasta el baúl de mis miserias, tan inmisericordes ellas que no me dejan llorar. Quisiera escuchar el llanto, necesito escuchar el llanto….pero mi silencio interno ensordece demasiado. ! Bendito llanto!

Sherezade