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01 agosto 2011

CRIMEN A DISTANCIA



Marta es una mujer de mediana edad quien se manifestaba alegre y feliz  hasta que descubrió que Carlos, su marido, con el que llevaba casada trece años, le estaba siendo infiel con la que consideraba su mejor amiga.

Cuando descubrió la traición de su marido sintió que el mundo se abría a sus pies. Le había dedicado toda una vida y, lo más triste, toda la suya la tenía cimentada en la convivencia que habían creado juntos.

Aunque Carlos decidió seguir con Marta y mostró todo el arrepentimiento del que un ser humano es capaz, ella se sentía herida en lo más profundo y no quiso, o no pudo, perdonar la infidelidad de su marido.

Carlos nunca supo de ese rencor guardado por su mujer y que le costaría la vida. Para él, la relación con Marta era mucho más satisfactoria que antes de su aventura y se propuso demostrarlo cada minuto que pasaba con ella, quien recibía, con cara dulce y sonriente, cada regalo con que la agasajaba mostrándose siempre cariñosa y muy enamorada.

Aproximadamente dos años después de la crisis de la pareja, la noche anterior del inicio de un viaje de Carlos a un país sudamericano al que viajaba con cierta frecuencia por motivos de trabajo, le agasajó con una cena preparada por ella misma y consistente en dos de sus platos favoritos: “Puchero de setas” y entrecot de buey, regados con un magnifico vino de Rioja especialmente elegido para la ocasión.

Sabedora de que era la última noche que pasaría con Carlos, Marta se mostró especialmente mimosa con él, haciéndole saber la  tristeza que le provocaba su partida ya que tardaría en regresar varias semanas. Tras la cena, entre lloriqueos y besos apasionados, se prometieron hacer un crucero por las Islas Griegas en el mes de mayo, para rememorar su luna de miel.

A los trece días de su partida, Marta recibió la noticia de la muerte de Carlos por una llamada del socio de su marido.  Desolado le contó que éste, días después de la llegada a su destino, había comenzado a sentirse algo indispuesto, lo que Carlos omitió comentar a Marta en sus llamadas telefónicas para no preocuparla.


Un cansancio se apoderó de todo su cuerpo, y  unos fortísimos dolores de cabeza que intentó atajar con analgésicos fueron los síntomas más relevantes antes de que la muerte lo atrapara sin remedio.  La causa del deceso fue producida por la Malaria, seguramente transmitida por la picadura de un  mosquito tan común en el aquél país de Latinoamérica. A pesar del tratamiento de choque con quinina, nada pudo hacerse, sobretodo porque el enfermo se había resistido los primeros días de tener los síntomas a acudir al médico.

Marta fingió un gran abatimiento seguido de desconcierto por la muerte de Carlos, insistiendo a su socio, mensajero de la desgraciada noticia,  la imposibilidad de que esa fuese la causa real porque Carlos estaba vacunado contra el paludismo.

Y era cierto, el fallecido mantenía sus vacunas en regla porque viajaba al extranjero con frecuencia, pero como  le dijo el socio a su apenada viuda, no era el primer caso de muerte por malaria a pesar de estar vacunado, y aunque los médicos si mostraron su desconcierto por la ineficacia de la medicación suministrada, habían comentado que no era infrecuente este tipo de fallecimientos. Cada enfermo es un mundo y la medicina no es una ciencia exacta.

Finalizada la llamada, Marta se preparó un copa, y se sentó en el porche de su hermosa casa observando las flores de su cuidado jardín, esas mismas que mientras tan amorosamente cuidaba, la acompañaron en la elaboración de su maquiavélico plan durante estos dos últimos años.

Cuando era niña su abuelo la llevaba a recoger setas por los montes de la Alcarria y otros lugares de España. Era un experto en la materia que le enseñó todo lo que sabía acerca de las setas, que era mucho, al igual que aprendió de su abuela las exquisitas recetas para prepararlas.

Dos días antes de la partida de Carlos, Marta no tuvo que alejarse demasiado de la casa para encontrar las setas que buscaba. En el bosque de abetos que había cercano las encontraría fácilmente.  También sabía que el desagradable sabor de la muy venenosa “Cortinarius orellanus” lo paliaría con la exquisitez del sabor de la “amanita de los césares”, favorecido todo ello porque  la textura y color entre ambas se asemejaban. La cayena, el ajo y el brandy mezclado con oporto -secreto de receta de su abuela-  harían el resto de su trabajo de forma eficaz.

Experta en la materia sabía que cuando surtiera efecto el veneno en el organismo de su marido, Carlos llevaría fuera de España una semana al menos, y que sus síntomas de fortísimos dolores de cabeza y agudo cansancio sería fácilmente confundido con el paludismo tan habitual en el país al que viajaría su marido.

Por expreso deseo de la viuda, el cadáver de Carlos fue incinerado y ella misma custodió sus cenizas de regreso a España.

En el mes de Mayo, tal y como habían planeado, Marta realizó el crucero por las islas griegas, acompañada de la urna con las cenizas de su marido. El mismo día del aniversario de su casamiento, coincidiendo con noche de luna llena, las esparció por las aguas del Mediterráneo sintiendo, aunque sólo en parte, restituida su dignidad ultrajada.

Durante las noches que disfrutaba en el magnifico camarote de primera clase que había contratado, decidió que había llegado el momento de “perdonar” a  su traidora amiga Carmela, y se le ocurrió que la obsequiaría con una estupenda cena donde las ostras y las setas serían la reina de la fiesta.



Sherezade
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 PD/ Esta publicación se corresponde con el escrito publicado en el blog "Trazando Caminos"  cuyo tema del mes de Agosto ( ¿ Es usted un asesino?) me ha correspondido proponerlo a mí, por deferencia de Nerím.